viernes

And all this time all I had inside was what I couldn't see.

Hay un desfasaje entre mi enrededor y yo. El tiempo pasa distinto. Me siento un fitito en una carrera de fórmula uno, lo único que llego a distingir del resto es el zumbido que hacen cuando me pasan a la carrera. Todo en mí bajó las revoluciones, y yo... yo estoy perdiendo el tiempo.

Cuál es la cantidad de tiempo adecuada para dejar pasar entre llevar el cuerpo de un ser querido al cementerio e irlo a visitar? Hay una regla de los 3 días? Creo que la típica respuesta es que hay que ir cuando uno lo siente o lo necesita, pero yo no tengo ni idea de cómo me siento. Cada tanto tengo que suspirar, siempre me pasó. Como que respiro poco, y cada x minutos tengo que respirar hondo, para compensar. Puede ser media hora, o un par. Pero siento que cada vez que lo hago el mundo se me da vuelta.

Como si al inspirar con fuerza estuviera trayendo la realidad adentro mío, y de a poco la fuera olvidando. Pero empieza de nuevo demasiado rápido. La versión de afuera de las cosas no es compatible con la mía. Cada vez que inhalo con vehemencia, el peso de la existencia vuelve a mí. Pero ahora el peso es distinto, y no lo entiendo. Tengo esa confusión momentánea que uno siente cuando el ascensor no para cuando debería pero el cuerpo se preparó para compensar la inercia. Y de repente sí frena, y yo no me lo esperaba, y se me pegan los pies al piso. Es vivir con el estómago revuelto, aplacarlo, y que se vuelva a revolver. Estoy harta de esto, de la inconstancia, de lo impredecible. Me gusta ser una persona aburrida, supongo. Me gusta saber cómo me voy a sentir.

Porque si voy y me tomo ese colectivo a Chacarita, quizá a medio camino sienta que no puedo. Quizá llegue a la puerta y ya no quiera estar ahí. Quizá mire el nicho y todo sea peor, y me duela de una manera que deja cicatriz en vez de ayudarme a sanar. No estoy lista, pero uno nunca está listo. Uno se prepara todo lo que puede hasta que ya no queda más remedio.

Cuándo va a ser que no quede más remedio? Creo que antes de saberlo ya voy a tener un pie en la puerta.

Y voy a ir, y te voy a terminar de leer ese libro, papá, porque te había gustado. Aunque no escuches, yo escucho.

Y estás mucho más adentro mío que adentro de ese cajón.

jueves

Somehow, I guess I just knew.

Yo recuerdo que solía haber algo en este espacio, que me hacía despojarme de toda concepción de ridículo y decir todo de la manera más poética y visceral posible. Cada vez que no sabía qué decir, creaba una nueva entrada, y las palabras fluían de mis manos como si hubiera tirado abajo un dique emocional a punto de reventar. Y no quería reventar, entonces creía, creía con todas mis fuerzas que no importaba qué dijera, mientras lo dijera, que no importaba cuánto pensara que era estúpido, o cuánto me doliera, siempre mejor afuera que adentro, siempre mejor explayarse que estallarse.
Y me salía bien. No sé por qué, pero encontraba esa poesía que viene del sentimiento crudo, esas palabras y formas que no son aceptables en sociedad, pero valen en lo literario. Todo se volvía una fantasía del ser, el romanticismo del dolor en su máxima expresión, la eterna condena purgada a través de un botón naranja que dice publicar en aburridas letras blancas. Podía hablar de la luz fría filtrándose por la ventana una sucia mañana de otoño, cómodamente desde mi cama con luces artificiales. Porque eran las 3 de la mañana y yo era yo, no Qebhet, no Ereb, no una niña escondida en un rincón, sino simplemente Hannah, una cansada y saturada Hannah que encontraba que decir las cosas de manera cruda las hace demasiado reales, que bañarlas en poesía, rimas, y palabras pasadas de moda las volvía más fáciles de manejar.

Hoy no soy esa Hannah.

Hace 1 día y medio que mi papá se murió.

No voy a mentir y decir que pasé todo este tiempo llorando, porque no sería cierto. Obviamente dolió, obviamente sufrí, pero. Muchas veces me reí, muchas veces me sentí contenta, muchas veces disfruté el momento. Porque descubrí que perder a mi viejo no es como si de repente hubiera un vacío en mi vida que nada puede llenar, no es obnubilante, no es impenetrable. Es más bien como si se hubiera terminado el mundo, pero yo seguí y pasé a uno paralelo donde mi papá ya no existe. Y es infinitamente parecido, pero infinitesimalmente distinto. Esa clase de cambios que no podés terminar de definir, como si la gente en esta tierra si riera distinto, el brillo de las miradas tuviera otro tono, el mundo se moviera a sólo un milímetro menos por segundo, y la gravedad te atrayera un poco más al piso.
Y yo también cambié, en algo muy básico y fundamental.
Ahora perdí el conocimiento innato de cómo ser feliz.

Ojo, eso no significa que no lo sea. Soy feliz en ciertos momentos, pero es como si estuviera aprendiendo de nuevo. Como si cada sensación cálida en el pecho fuera nueva, cada sonrisa estuviera moviendo músculos que nunca usé. Mi risa suena distinta. Los gestos se me hace que los tengo que pensar.

Todo ahora no está teñido por una ausencia, está teñido por un conocimiento. Ahora sé definitivamente que ya no me vas a volver a llamar. Y de repente extraño hasta las llamadas de cuatro de la mañana que me partían el alma al medio. Hasta extraño que me duela, porque era un dolor que iba a pasar. Era un dolor que iba a poder dejar atrás otro día que te volviera a visitar, y te pusieras a leerme tus guiones. El brillo de tus ojos cuando aparecía, como si fuera lo único bueno en la vida, eso, valía todo lo demás.

Eso se fue. Este dolor no va a pasar.

Nunca pude pasar mucho tiempo seguido con vos, pero ahora es como si estuvieras ahí todo el tiempo. Y duele, porque siempre me dolió estar demasiado con vos. Te siento en todos lados pero sé que no estás. No puedo irme y pensar en otra cosa porque estás en mi cabeza.

Así que voy a tener que ponerme bien los ovarios y hacer lo que nunca hice mientras vivías.

Dejarte ser mi papá.